miércoles, 3 de octubre de 2007

ALZAR LA FRENTE A LOS PREPOTENTES Y EXTREMAR LA MANSEDUMBRE CON LOS QUE MÁS SUFREN

Un granero del mundo que muere gente de desnutrición

es inaceptable imperdonable como incomprensible, mucha culpa de los gobernantes, pero también de cada uno de nosotros…
Es omisión, la mayoría no vemos, negamos y si lo sabemos no hacemos nada .
La triste realidad, nos tiene que golpear puede que así despertemos.
Debemos luchar por los derechos humanos que nos deben asistir a todos por igual…

¡MAS QUE LAS PALABRAS DE LOS VIOLENTOS, TEMO EL SILENCIO DE LOS BUENOS!!
(Martin Luther King)


Cinco Siglos Igual
León Gieco
video :
http://www.youtube.com/watch?v=MtayGoJ9jhs

No siempre recibimos respuesta de nuestros correos ...
enviados
A veces creemos estar rodeados de insensibles...
¿Dormidos?o como siempre decimos
"sordos ciegos y mudos"

"Rosa Molina la aborigen de 56 años y 24 kilos de peso, falleció en La Plata como consecuencia de un paro cardíaco. Ahora nos enteramos de su muerte, que eleva a 15 el número de aborígenes fallecidos en el Chaco desde julio, denunció el titular del Centro de Estudios Nelson Mandela, Rolando Núñez."
29/09/07

- El Impenetrable o la agonía

Por Mempo Giardinelli

En estos tiempos el Chaco concita la atención de todo el mundo.
Prensa y televisión global vienen a mirar los estragos de la desnutrición que afecta a miles de aborígenes en los bosques que se conocen –ya impropiamente–

El impenetrable.
Mi colega y amiga Cristina Civale, autora del blog Civilización y Barbarie, del diario Clarín, me invita a acompañarla.
No es la primera invitación que recibo, pero sí la primera que acepto.
Rehusé viajar antes de las recientes elecciones, porque, obviamente, cualquier impresión escrita se habría interpretado como denuncia electoral.
Y yo estoy convencido, desde hace mucho, de que la espantosa situación socioeconómica en que se encuentran los pueblos originarios del Chaco, y su vaciamiento sociocultural, no son mérito de un gobierno en particular de los últimos 30 o 40 años (los hubo civiles y militares; peronistas, procesistas y radicales) sino de todos ellos.
Primero nos detenemos en Sáenz Peña, la segunda ciudad del Chaco (90 mil habitantes), para una visita clandestina –no pedida ni autorizada– al Hospital Ramón Carrillo, el segundo más importante de esta provincia.
Civale toma notas y entrevista a pacientes indígenas en las salas de Tisiología, mientras yo recorro los pasillos mojados bajo las infinitas goteras de los techos, y miro las paredes rotas, despintadas y sucias, los patios roñosos y un pozo negro abierto y rebalsando junto a la cocina.
Aunque el frente del hospital está recién pintado, detrás hay un basural a cielo abierto en medio de dos pabellones.
Vidrios y muebles rotos, escombros, radiografías, cascotes y deshechos quirúrgicos enmarcan las salas donde los pacientes son sólo cuerpos chupados por enfermedades como la tuberculosis o el Chagas.
Me impresiona la mucha gente que hay tirada en los pisos, no sé si son pacientes o familiares, lo mismo da. Una hora después, en el camino hasta Juan José Castelli –población de 30 mil habitantes que se autocalifica “Portal del Impenetrable”–
la desazón y la rabia se perfeccionan al observar lo que queda del otrora Chaco boscoso.
Imperio de quebrachos centenarios y fauna maravillosa, ahora son campos quemados, de suelo arenoso y desértico, con raigones por doquier esperando las topadoras que prepararán esta tierra para el festival de soja transgénica que asuela nuestro país.
Entramos –nuevamente por atrás– al Hospital de Castelli, que se supone atiende al 90 o 95 por ciento de los aborígenes de todo el Impenetrable.
Lo que veo allí me golpea el pecho, las sienes, los huevos: por lo menos dos docenas de seres en condiciones definitivamente inhumanas.
Parecen ex personas, apenas piel sobre huesos, cuerpos como los de los campos de concentración nazis.
Una mujer de 37 años que pesa menos de 30 kilos parece tener más de 70.
No puede alzar los brazos, no entiende lo que se le pregunta.
Cinco metros más allá una anciana (o eso parece) es apenas un montoncito de huesos sobre una cama desvencijada.
El olor rancio es insoportable, las moscas gordas parecen ser lo único saludable, no hay médicos a la vista e impera un silencio espeso, pesado y acusador como el de los familiares que esperan junto a las camas, o tirados en el piso del pasillo, también aquí, sobre mantas mugrientas, quietos como quien espera a la Muerte, esa condenada que encima, aquí, se demora en venir.
Siento una furia nueva y creciente, una impotencia absoluta.
Le pregunto a una joven enfermera que limpia un aparador vidriado si siempre es así. “Siempre”, responde irguiéndose con un trapo sucio en la mano, “aunque últimamente han sacado muchos, desde que empezó a venir la tele”.
Es flaquita y tiene cara de buena gente: se le ve más resignación que resentimiento.
Son 44 enfermeros en todo el hospital pero no alcanzan para los tres turnos.
los universitarios, y menos de 600 los contratados, como ella.
Los días de lluvia los techos se llueven y esto es un infierno, dice y señala los machimbres podridos y los pozos negros saturados que revientan de mierda en baños y patios.
Y todo se lava con agua, nomás, porque “no tenemos lavandina”.
Camino por otro pasillo y llego a Obstetricia y Pediatría.
Allí todos son tobas. Una chiquilla llora ante su hijo, un saquito de huesos morenos con dos ojos enormes que duele mirar.
Otra joven dice que no sabe qué tiene su nena pero no quiere que muera, aunque es obvio que se está muriendo.
Hay una veintena de camas en el sector y en todas lo mismo: desnutrición extrema, mugre en las sábanas, miles de moscas, desolación y miedo en las miradas.
Después viajamos otra hora y el cuadro se hace más y más grotesco.
Paramos en Fortín Lavalle, Villa Río Bermejito, las tierras allende el Puente
La Sirena, los parajes

El Colchón, El Espinillo y varios más.

Son decenas de ranchos de barro y paja, taperas infames donde se hacinan familias de la etnia Qom (tobas).
Todas, sin excepción, en condiciones infrahumanas.
Digan lo que digan, estas tierras –más de tres millones de hectáreas– fueron vendidas con los aborígenes dentro.
Son varios miles y están ahí desde siempre, pero no tienen títulos, papeles, ni saben cómo conseguirlos.
Los amigos del poder sí los tienen, y los hacen valer.
El resultado es la devastación del Impenetrable: cuando el bosque se tala, las especies animales desaparecen, se extinguen.
Los seres humanos también.
Y aunque algunas buenas almas urbanas digan lo contrario, y se escandalicen ciertas dirigencias, en el ahora ex Impenetrable chaqueño palabras duras como exterminio o genocidio tienen vigencia.
Desfilan ante nuestros ojos enfermos de tuberculosis, Chagas, lesmaniasis, niños empiojados que sólo han comido harina mojada en agua, rodeados de perros flacos, huesudos y ojerosos como sus dueños.
Se llaman Margarita, Nazario, Abraham, María y lo mismo da.
Casi todos dicen ser evangelistas, de la Asamblea de Dios,

de la Iglesia Universal, de “los pentecostales” o
o “los anglicanos”.
Involuntariamente irónico, evoco a Yupanqui:

“Por aquí, Dios no pasó”.
Al caer la tarde estoy quebrado, roto, y sólo atino a borronear estos apuntes, indignado, consciente de su inutilidad.
Al partir de regreso veo en un caserío un cartel deshilachado por el sol:
“Con la fuerza de Rozas, vote lista 651”.
Y en la pared de un rancho de barro, seguramente infestada de vinchucas, veo un corazón rojo como el de los pastores mediáticos brasileños de
“Pare de sufrir”.
Abajo dice:
“Chaco merece más. Vote Capitanich”.
A unos 400 kilómetros de aquí el escrutinio final de las elecciones avanza lenta, nerviosamente.
En alguna oficina el ministro de Salud de esta provincia seguirá negando todo esto, mientras el gobernador se prepara para ser senador y vivir en Buenos Aires, bien lejos de aquí, como casi todos los legisladores.

Nunca antes el Chaco ni este país me habían dolido tanto.

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Preguntamos al Dr.Gustavo Soppelsa:

si nos permitía publicar su respuesta.
Contestando: Si uno ha de tener miedo, a esta altura, de expresar sus ideas, ya estaríamos hablando de cosas serias.
Serias para uno....
y serias para los que puedan tomar alguna represalia contra mí.
Yo no sé vivir sin libertad.
Me gusta la divisa de Artigas:
"Con libertad no ofendo ni temo".
Camino tranquilo por mi ciudad y por donde quiero y hasta ahora nadie que aprecie me ha atacado por mi trayectoria.
Me honra la amistad de gente adinerada y de la gente más pobre, nunca violenté a los débiles, varias veces me enfrenté a gente poderosa, no sin consecuencias, por supuesto.
¿Pero cómo hacer para vivir distinto?
"Alzar la frente a los prepotentes y a extremar la mansedumbre con los que más sufren".
No es mérito mío: fui enseñado así.
Me gusta mucho la frase de Martin Luther King.
Creo que hoy es de una vigencia absoluta en nuestra vapuleada Argentina.
G. F. Soppelsa

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Su primer mensaje:
A veces uno piensa que la única reserva que puede quedarle a uno mismo y al país es la memoria de los principios de sus padres, de sus abuelos, de su familia.
En fin, cierta memoria digna de personas que los estadounidenses, a los que por estupidez repetitiva denostamos, llaman justamente los "Padres Fundadores", los próceres de su independencia.
Una comunidad no tiene destino sin cierta cohesión, sin cierta unanimidad de valores, para perdurar.
Y contra lo que se piensa, sobre todo en Argentina,
no se trata de
"la unánime" opinión sobre la selección nacional de fútbol,
o la moda del próximo verano en Punta,
o el programa de Tinelli, o la competencia entre Valeria del Mar y Villa La Angostura: Se refiere a qué tipo de sociedad queremos ser en cosas muy concretas, no en relación a delirios extraños o ideológicos y repetitivos.
Si queremos ser una sociedad de absoluta humanidad en la que determinados "eventos" valgan -y la palabra es literalmente "valgan" en dinero- más que la existencia de la gente que vive, o sobrevive,

al lado de nosotros.
No lejos, al lado, al costadito.
Se trata de elegir si deseamos educar a nuestros hijos en la comodidad éticamente admisible, que es tan legítimamente apetitosa y soportable moralmente si coexiste con la alegría de saber que la mayoría de nuestros semejantes está cómoda, o en la privilegiada comodidad del que para llegar a su casa tibia en invierno camina entre mendigos al borde de la muerte por congelamiento.
Y es cierto algo como que el sol sale todo los días por el este frente a mi ventana:
los herederos de uno u otro modelo de sociedad serán gente bien distinta.
Serán, casi, especies diversas de seres humanos, porque es considerable la distancia que va de un hombre integrado y solidario a una máquina de acumular privilegios y dejar morir a los otros por indiferencia,
codicia, complicidad o funcionalidad.
Me siento avergonzado de mi país.
Me siento avergonzado de mí mismo como argentino.
Ni siquiera digo que deben avergonzarse todos.
Que es lo peor.
Lástima (y como decía Unamuno,
"no hay por qué decirlo en un tono más bajo")
Que no soy ni el presidente de la Nación ni, en este caso,
el gobernador del Chaco, o de Entre Ríos.

De los cuales, parece, debemos perder la esperanza de que se avergüencen.
Será que, como reza el "Martín Fierro".

¡Si la vergüenza se pierde, jamás se vuelve a encontrar!!

Gustavo F. Soppelsa


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